jueves, 7 de julio de 2011

Ciencias Sociales


ECUADOR: LEYENDA DE QUITO

LA OLLA DEL PANECILLO
(Municipio de Quito)
Olla del Panecillo (foto de all-artecuador)

Había en Quito una mujer que diariamente llevaba su vaquita al Panecillo. Allí pasaba siempre porque no tenía un potrero donde llevarla. Un buen día, mientras recogía un poco de leña, dejó a la vaquita cerca de la olla. A su regreso ya no la encontró. Llena de susto, se puso a buscarla por los alrededores.Pasaron algunas horas y la vaquita no apareció. En su afán por encontrarla, bajó hasta el fondo de la misma olla y su sorpresa fue muy grande cuando llegó a la entrada de un inmenso palacio.Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que en un lujoso trono estaba sentada una bella princesa.

 
                             Olla del Panecillo y Virgen de Quito (foto viajeroscarpediem)
Al ver allí a la humilde señora, la princesa sonriendo preguntó:


-¿Cuál es el motivo de tu visita?-


¡He perdido a mi vaca! Y si no la encuentro quedaré en la mayor miseria - contestó la mujer sollozando -.La princesa, para calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una mazorca y un ladrillo de oro.
También la consoló asegurándole que su querida vaquita estaba sana y salva.La mujer agradeció a la princesa y salió contenta. Cuando llegó a la puerta, ¡tuvo la gran sorpresa!- ¡Ahí está mi vaca!

                               Vista del Panecillo al fondo de calle Guayaquil (siglo XIX)

La mujer y el animalito regresaron a su casa.

COLOMBIA: LEYENDA O MITO LA MADRE DE AGUA


Es como una ninfa de las aguas, con aspecto de niña o de jovencita bellísima, de ojos azules pero hipnotizadores y una larga cabellera rubia. La característica más notoria es la de llevar los piececitos volteados hacia atrás, es decir al contrario de cómo los tenemos los humanos, por eso, quién encuentra sus rastros, cree seguir sus huellas, pero se desorienta porque ella va en sentido contrario.










Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a una paraje tapizado de flores y un palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y piedras preciosas.

En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores no solo consistía en fundar poblaciones sino en descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios guías descubrieron un poblado, cuyo cacique era una joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a quien los soldados capturaron con malos tratos y luego fue conducido ante el conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar, no sólo por no entender español, sino por la ira que lo devoraba.

El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar una correría por los alrededores del sector. La hija del avaro castellano estaba observando desde las ventanas de sus habitaciones con ojos de admiración y amor contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.

Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior, más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y lastimero de esa niña encantadora.

La joven española de unos quince años, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de artiseda amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.

Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, iternándose entre la espesura del bosque. El aturdido indio no entendía aquel trato, al verla tan cerca, él se miro en sus ojos,

azules como el cielo que los cobijaba, tranquilos como el agua de sus pocetas, puros como la florecillas de su huerta.

Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo y allí lo besó apacionadamente. Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole: !Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.

El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió, la alzó intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien la acogió fraternalmente, le suministro materiales para la construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La llegada del primogénito les ocasionó más alegría.

Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero de su hija. Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira como veneno mortal. Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de la orilla del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.

El abuelo le decía al pequeñín: "morirás indio inmundo, no quiero descendientes que manchen mi nobleza, tu no eres de mi estirpe, furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su hijo, pero todo fue inútil.

Vino luego el martirio del conquistador para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza. El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente. Por último la dejaron libre a ella, pero, enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzo a la corriente y se ahogó.

La leyenda cuenta que en las noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.

La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos, es la MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de su amor.

Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la iracunda diosa sube hasta la fuente de su poderío, hace temblar las montañas, se enlodan las corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando pústulas a quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.

BRASIL: LEYENDA DE LA MULA SIN CABEZA



 
Esta es una de las leyendas más conocidas del folclore brasileño. Ella llena la imaginación, especialmente de quienes habitan en las zonas rurales de nuestro país. Este personaje folclórico es una mula sin cabeza y el fuego que sale de su cuello.
Según la leyenda, la mula-sin-cabeza a menudo camina en bosques y campos, asustando a la gente y animales.
Hay varias explicaciones para el origen de esta leyenda, que varían de región a región. En algunos lugares, dicen que la mula sin cabeza se plantea cuando una mujer o fechas se casa con un sacerdote. Como castigo por el pecado cometido, se convierte en este ser monstruoso.
En otras regiones, por ejemplo que si una mujer pierde su virginidad antes del matrimonio, puede convertirse en una mula sin cabeza. Esta versión es acerca del control que las familias tradicionales tienen sobre la búsqueda de relaciones amorosas, especialmente las hijas. Era una forma de asustar a sus hijas, manteniéndolas dentro de los patrones morales y de comportamiento de los siglos pasados.
Hay otra más antigua y compleja versión de la leyenda. Esto le dice que un reino determinados, la reina a menudo en secreto ir al cementerio por la noche. El rey, en una noche determinada, decidió seguirla para ver qué estaba pasando. Al llegar al cementerio, vio a su mujer comiendo el cadáver de un niño. Sobresaltado, dejó escapar un grito terrible. La reina, viendo que su marido había descubierto su secreto, se convirtió en una mula sin cabeza y se alejó al galope hacia el bosque y nunca regresó a la corte.
BOLIVIA: LA LEYENDA DE LAS TRES TETILLAS
Hace un par de siglos que viene recorriendo en el espíritu aventurero de generaciones la leyenda de Las Tres Tetillas. La leyenda cuenta que poco después que los españoles descubrieron las grandes vetas de oro en Choquecamata, registrándolas ante las autoridades locales, más al oriente una comunidad de Padres de La Compañía de Jesús encontraron ricos filones de oro en un lugar enclavado en la selva del norte Cochabambino. Por las características del lugar, habiendo tres picos consecutivos, es que denominaron a las minas "Las Tres Tetillas". Los Padres se dedicaron a explotarla con la ayuda de indios Yuracarés sin haber solicitado las concesiones de ley ante el Corregidor. La tradición oral dice que explotaron fabulosas riquezas hasta que se vieron obligados a dejar América por el decreto de expatriación del Rey de España a todos los Jesuitas. 

Fue el indio Tomás Cuchallo, ex-dependiente de los Padres, quien dejó un derrotero y un mapa de las Tres Tetillas dibujado en un cuero de cabra. Fue este derrotero que llegó a manos de la familia Salamanca, dueños de una gran hacienda desde Tiquipaya hasta el otro lado de la cordillera llegando a Totolima, el cual motivó las primeras incursiones de exploración al lugar de la leyenda en la época de la colonia. Fueron muchos Cochabambinos y extranjeros quienes intentaron ubicar y llegar a las impenetrables selvas de Las Tres Tetillas. Uno de los exploradores más famosos que pasó cerca de la zona fue Alcides D'Orbigny, quien no se detuvo a buscar oro porque su misión era diferente, mas en sus relatos él dice dejar la búsqueda a otros afortunados. Otros viajeros, que talvez nunca llegaron, no dudaron en crear más mitos sobre el lugar, como que en el lugar existían plantas carnívoras gigantes, tigres y víboras que protegían el oro, o que quienes llegaban nunca regresaban. 

Fue el grupo de Los Siete Machos quienes habiendo explorado Las Tres Tetillas dejaron sus inscripciones grabadas en piedras areniscas en los años 50 sin hacer mayor publicidad. Este hecho fue constatado, para su sorpresa, por el Grupo de Exploración Mosetenes quienes motivados por develar los secretos de Las Tres Tetillas viajaron por treinta cinco días por aquellas densas y exuberantes selvas (En el blog del grupo http://mosetenes.blogspot.com se puede apreciar más de esta expedición). Ellos pudieron volver, sin ser devorados por los tigres o las plantas carnívoras, habiendo llegado a ver de que la leyenda sí tiene algo de verdad: efectivamente existen los socavones de minería. Talvez no encontraron oro porque hay otra leyenda, con sus derroteros respectivos, que cuenta que los Jesuitas escondieron todas las riquezas explotadas en socavones y galerías subterráneas cerca del río Sacambaya. Los Siete Machos dejaron una nota que los Mosetenes encontraron medio siglo después que decía "Aquí no hay ni Mi... Ca...". 

En todo caso el verdadero tesoro para el turismo y la cultura son estas historias enclavadas en la bella geografía Cochabambina. 
CHILE: LEYENDA DE LOS SIETE EXPLORADORES

La leyenda cuenta que, precediendo al viaje de su rey y por instrucciones de un vidente, siete navegantes llegaron a la isla de Pascua buscando un lugar adecuado para instalarse y sembrar ñame, (tubérculo base de la alimentación de los inmigrantes). Dos de ellos traían, además, un moai y un collar de madreperlas, que escondieron y que luego dejaron abandonados cuando regresaron a su tierra de Hiva. Sólo un explorador se quedó en la isla.

Por eso, que cuando HotuMatúa llegó a la isla, ésta ya estaba poblada; ya existía en ella el ñame; y también había moais.

Algunos estudiosos opinan que los siete exploradores simbolizan a siete generaciones que habitaron el lugar; o quizás a siete tribus inmigrantes, de las cuales sólo una sobrevivió y se mezcló con la gente de HotuMatúa.

El rey HotuMatúa murió 20 años después de su llegada a la isla y le sucedió su hijo mayor, TuuMaheke. El último de esta dinastía fue Gregorio o Roroko he tau, llamado también el rey niño, que falleció en 1886, y aunque algunos lugareños tienden a pensar que la sucesión dinástica no tuvo desvíos ni interrupciones, hay varios indicios de que el linaje dinástico tuvo muchas alteraciones.

Se cuenta que poco después de los primeros polinesios llegó a la isla una segunda inmigración. El origen de estos nuevos pobladores es polémico, ya que sus características raciales difieren de las de aquellos que se consideraban nativos.

Estos nuevos habitantes fueron llamados Hanau eepe, que significa “raza ancha”, y en efecto, éstos eran más corpulentos y robustos que los Hanau momoko o raza delgada que ocupaban desde antes el lugar.

Los Hanau eepe tenían muy desarrollados los lóbulos de las orejas característica por la cual muchos antropólogos los asocian con los incas y sus grandes pabellones descriptos por Francisco Pizarro en sus informes.

Aunque éste es un tema no desentrañado aún, y los orejas cortas y los orejas largas tienen un origen confuso, pero cuya existencia está afianzada por testimonios en el pasado.

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